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¿Qué enseña la Biblia sobre la meditación religiosa?
Para algunos, la meditación es una experiencia interior que trasciende definiciones. Ha sido relacionada directamente con el misticismo, dado que promete trascender la experiencia o percepción personales. Aun entre las tradiciones cristianas, la meditación es considerada el esfuerzo de un alma inmortal, que se encuentra cautiva dentro de un cuerpo material, de alcanzar la unión con un Dios que está separado del mundo material. En algunas religiones, la meditación trascendental no tiene el objeto específico de dirigir el movimiento del yo; ofrece vaciar el yo de su conciencia, quizá para llegar a ser parte de una conciencia cósmica mística. La comprensión bíblica de la meditación es radicalmente diferente. 1. SU CONTENIDO La meditación bíblica no es un intento de encontrar a Dios como resultado de escapar del mundo en que vivimos. Por el contrario, se basa en la revelación divina. La comunión con Dios por la meditación se ve mediada por las declaraciones preservadas en la Palabra escrita. Es una reflexión interior, descrita ocasionalmente como «la meditación de mi corazón» (Sal. 19:14), comprendida como el centro racional y volitivo de una persona. En sí, esto sugiere que ese acto de meditar no trasciende ni torna irrelevante el elemento racional y la capacidad humana de tomar decisiones. El contenido específico de la meditación es identificado como los «mandamientos» divinos (Sal. 119:15) o «estatutos» (vers. 23), es decir, la Torá o instrucción de Dios (Jos. 1:8; Sal. 1:2). El propósito era conocer la voluntad de Dios para que las personas vivan en armonía con él y los demás. Las personas también meditaban en las «promesas» de Dios (en heb., ’imrah, literalmente «palabra» [que Sal. 119:148 traduce como «mandatos»]). Tomaban esas promesas en lo más profundo de su ser y meditaban sobre su contenido para fortalecer su confianza en Dios, enriquecer su vida espiritual y experimentar paz interior. También meditaban en los poderosos actos de salvación a su favor (Sal. 143:5; Sal. 77:13). La mente humana estaba ocupada con las obras redentoras de Dios en el pasado, y esto infundió fe en el salmista que necesitaba liberación de la opresión de los enemigos (Sal. 143:3, 4). El pasado de Dios y sus hechos de salvación providencial en el presente, en particular su obra de salvación en Cristo, siguen llenando los corazones de gozo y contienen poder de sanación. «El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivificante –escribió Elena White–. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios […]. Libra al alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida […]. Implanta en el alma […] el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida».* 2. UNA EXPERIENCIA INTEGRAL La meditación bíblica no niega la bondad de la naturaleza física de los humanos. No es la experiencia de un alma eterna que reside dentro de un cuerpo humano, sino la experiencia de toda la persona. Es interesante que los verbos hebreos traducidos como «meditar» también significan «contar, hablar, reflexionar» (siakh), y «pronunciar, hablar» (hagah). La meditación no es tan solo una experiencia mental: es también una actividad física. Los que meditaban, memorizaban pasajes y los recitaban en voz baja mientras ponderaban su significado. Dos personas participaban en el acto de meditación: el adorador y el Señor, cuya voz era oída por medio de su Palabra. Los creyentes entendían las diferencias entre esas dos personas, dado que no buscaban fusionarse en lo divino sino fortalecer su fe en él, conocerlo mejor y experimentar su poder de salvación. Hay sanación en la meditación cristiana, dado que, al reflejar la revelación que da Dios se sí mismo según la preservan las Escrituras, los creyentes experimentan aceptación, perdón y gozo. No podemos separar la meditación de la obra del Espíritu que aligera nuestro ser interior mediante la lectura de la Biblia, que le brinda contenido.