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Escrito por Ángel Manuel Rodríguez
La Biblia hace mención de las recompensas. ¿Es posible que esto estimule una motivación impropia?
La pregunta guarda relación con una enseñanza bíblica que aparentemente está en tensión con otras doctrinas cristianas. Sintetizado el asunto, podría expresarse de este modo: la salvación constituye un regalo que todos los creyentes recibimos por medio de Cristo. Nuestra respuesta debería estar motivada exclusivamente por el amor y la gratitud que sentimos hacia Jesús. El concepto de la recompensa despierta intereses egoístas en el proceso de la salvación.
1. La recompensa y el bien esencial. La doctrina bíblica de la recompensa no sólo enseña que Dios toma muy en serio todo lo que hacemos; también nos advierte que el destino final está determinado por lo que realmente deseamos. Las decisiones personales se manifiestan en nuestra manera de vivir, lo que produce ciertas recompensas, sean buenas o malas (véase Gál. 6:7-10). El anhelo humano por el bien esencial —la comunión con Dios, implantada por el Espíritu Santo en lo más íntimo de nuestro ser— se alimenta y fortalece por el concepto de la recompensa. Recuerda a los creyentes que Dios, por medio de Cristo, hizo provisión para dar plena satisfacción al que busca el bien.
2. Promesa y recompensa. Aceptar a Cristo como Señor y Salvador implica el compromiso de consagrar toda nuestra vida por amor a él. Como resultado, de inmediato comenzamos a disfrutar las bendiciones de esa relación —ser aceptados por Dios, perdonados y santificados, etc.—, lo que nos hace mirar por la fe el cumplimiento de otras promesas que Dios ha hecho y que la Biblia considera recompensas (Fil. 3:7-11). Pablo incluso declara: «Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada» (Heb. 10:35, 36, NVI).
Pero, para poder disfrutar de la recompensa necesitamos perseverar en la fe y mantener la relación de pacto que hicimos con Jesús. La recompensa de Cristo es el resultado de los beneficios de la salvación obrada por nuestro Redentor. él ganó todas las recompensas que luego recibiremos de Dios (2 Cor. 8:9).
3. Recompensa, obras y méritos. La recompensa no es el salario que Dios paga por las obras meritorias que hacemos. En primer lugar, nuestras obras nunca son meritorias; constituyen el resultado de la acción santificadora del Espíritu (Gál. 2:20; Fil. 2:12, 13).
Segundo, la recompensa no es salario por nuestras obras, pues sobrepasa muchísimo el valor de cualquier cosa que hagamos por el Señor (Mat. 24:46, 47; Luc. 17:7-10). La recompensa constituye una expresión de la generosidad de Dios. La única recompensa que merecemos y tenemos bien ganada es la muerte, por haber pecado (Rom. 6:23).
Tercero, la promesa de la recompensa tiene la finalidad de estimularnos a perseverar en la vida cristiana, ayudándonos a recordar que fuera del pacto sólo existe condenación y muerte; en cambio, hay vida y salvación si honramos esa relación (Heb. 10:31, 35, 36).
Recompensa y egoísmo
Por definición, el egoísmo es incompatible con la recompensa que Dios otorga a los fieles. Las promesas bíblicas estimulan a los creyentes a poner al prójimo en primer lugar con el propósito de dar a todos la opción de gozar la recompensa celestial (1 Cor. 9:19, 23). Es un incentivo para servir a otros; lo opuesto al orgullo (1 Tes. 2:19; 2 Tim. 4:8; 1 Ped. 5:2-4). Además, las promesas de recompensa, en última instancia, promueven el bienestar de los creyentes.
5. Grados de recompensa. En la Biblia existen algunas indicaciones acerca de ciertas diferencias entre los redimidos (Luc. 19:11-17; Mat. 25:14-30). La Biblia dice poco acerca de este tema, pero podría estar relacionado con la oportunidad que todos tenemos de crecer y desarrollar un carácter semejante al de Jesús. En realidad, dicho crecimiento forma parte de nuestra recompensa eterna (1 Juan 3:2), la que naturalmente tiene que ser diferente de persona a persona. Por cierto, tenemos una eternidad para poder desarrollar un carácter semejante al de nuestro Salvador.
El concepto de la recompensa no es incompatible con la justificación por la fe por que la recompensa fue ganada por Cristo y adjudicada a nosotros gracias a su amor. Si la recompensa está vinculada a nuestras obras de amor, es porque el Señor reconoce su valor. Pero, la recompensa continúa siendo un regalo del pacto de gracia, una invitación a perseverar, a nutrir y a desarrollar en cada creyente el anhelo de fortalecer la relación con Dios en el contexto del gozo, la armonía y la realización personal.