Más unido que un hermano

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Escrito por Ángel Manuel Rodríguez

¿Es verdad que en el Antiguo Testamento, el término «redentor» designa al pariente más cercano de una persona?

El término «redentor», y los verbos que suelen traducirse como «redimir», poseen gran riqueza teológica. Aquí solo nos ocuparemos de la designación y su significación.

La redención es mayormente un término legal. El redentor (heb. go’el) suele asociarse con el pariente más cercano de una persona («un tío, un primo, o cualquier otro de sus parientes» [Lev. 25:49, NVI]) que necesitaba redención. Examinaremos la obra del redentor, analizaremos su aplicación a Dios y finalmente diremos algo sobre su significación escatológica.

1. Obra del redentor: El redentor opera en el contexto de una necesidad acuciante. En primer lugar, cuando un israelita era tan pobre que tenía que vender su propiedad para sobrevivir, se esperaba que el redentor comprara la propiedad para dársela al israelita (Lev. 25:25; Rut 2:20; 3:12). Esto se basaba en la convicción de que Dios era el dueño de la tierra, y que la había parcelado para que los israelitas la usaran. Nadie debía malversar la tierra al quitársela a otro israelita. En segundo lugar, si un israelita no podía pagar sus deudas, podía venderse como esclavo del prestamista. Una vez más, se esperaba que el redentor comprara la libertad del deudor (Lev. 47-49). Como el Señor había redimido a su pueblo de la esclavitud egipcia, todos le pertenecían y, por lo tanto, nadie podía esclavizarlos otra vez. En cierto sentido, el redentor recreaba la poderosa redención divina de su pueblo de Egipto. En tercer lugar, cuando alguien mataba a un israelita, el redentor era responsable de ejecutar al asesino (Núm. 35:12, 19). Se crearon ciudades de refugio para asegurar que el asesino era en efecto culpable (Núm. 35:12, 24, 25; Deut. 19:6, 12). La vida era considerada un don divino que pertenecía exclusivamente a Dios. En ese caso, el redentor tomaba la vida del asesino como sustituto por la de su pariente. La responsabilidad básica del redentor puede haber sido eliminar las anomalías sociales que perturbaban e interrumpían la armonía social y espiritual y la plenitud establecida en Israel por el Dios del pacto.

2. Dios como Redentor: En el Antiguo Testamento, esta designación se aplica metafóricamente a Dios. Él redime de infortunios personales (Gén. 48:16) y de la experiencia colectiva del exilio al destruir a Babilonia (Isa. 41:14; 43:14; 44:6) como el redentor que persiguió a los enemigos para ejecutarlos. Aunque la idea de un pariente más cercano no siempre está presente, en algunos casos, se describe a Dios como Padre (Isa. 63:16) o esposo (Isa. 54:5) que redime a su pueblo. Estamos conectados profundamente con Dios como sus «parientes espirituales de sangre». Los vínculos que nos unen a él son más sólidos que los de una madre natural (Sal. 27:10). Acaso lo más importante es que el Señor redime a los humanos del pecado (Isa. 44:22-24), lo que como fenómeno universal (Isa. 59:20) rige sobre los seres humanos (Sal. 19:13, 14), y aun de su ira (Isa. 54:5-8) y de la muerte (Sal. 103:4; 49:8, 9, 15). Él puede restaurar verdaderamente la armonía cósmica como Creador y Redentor.

3. Cristo nuestro Redentor: La imagen de Dios como Redentor aparece encarnada y completada en la obra de Cristo por su pueblo (Luc. 1:68, 71; 2:38). Él fue en efecto el «que iba a redimir a Israel» (Luc. 24:21). Los seres humanos habían sido esclavizados por los poderes del pecado y la muerte, y sufrían una tremenda necesidad de ser redimidos. El Redentor vino y compartió nuestra humanidad, llegando a ser nuestro pariente más próximo, y nos liberó del poder de la muerte (Heb. 2:14, 15) y el pecado (Rom. 3:23, 24; Tito 2:14; Col. 1:14). Su obra de redención también incluye al mundo natural que ahora está deteriorado y necesita ser liberado (Rom. 8:19-21; Gén. 1:26). Él pagó todas nuestras deudas, no con «oro o plata» sino con su «preciosa sangre» (1 Ped. 1:18, 19; Efes. 1:7). Para liberarnos del pecado y la muerte, Cristo los cargó sobre sí como nuestro sustituto, dando «su vida en rescate [gr. anti, “en lugar de”] por muchos» (Mar. 10:45). Nuestras vidas perdidas son redimidas no solo cuando destruye a nuestro enemigo espiritual sino cuando estas nos son restauradas mediante la entrega de la propia vida de Cristo. Solo Jesús, nuestro pariente más cercano, podía lograr esa maravillosa obra de gracia.