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Escrito por Ángel Manuel Rodríguez
¿Por qué las ofensas sexuales eran castigadas con la muerte en el Antiguo Testamento?
La pregunta de la pena capital es particularmente sensible para las culturas occidentales, y entiendo esa aprehensión, pero su pregunta se refiere a casos específicos legislados en el Antiguo Testamento. Entendamos la legislación en sí, antes de aclarar sus fundamentos.
1. Casos legales: Solo me ocuparé de tres casos específicos. El primero es el adulterio (Deut. 22:22), considerado en todo el Antiguo Cercano Oriente un gran pecado que requería la pena de muerte para ambas personas. En la Biblia también es considerado un gran pecado contra Dios, el cónyuge y la sociedad. Mediante la pena capital, el pueblo debía «extirpar [ba’ar, “exterminar, quitar”] el mal de Israel» (vers. 22). El adulterio no era simplemente un asunto privado, sino que tenía el potencial de perjudicar al pueblo de Dios, lo que hacía necesario extirparlo de su medio. ¿Podía ser conmutada la pena de muerte a un castigo menor, o el infractor ser perdonado por su cónyuge? Era algo que sucedía en el Antiguo Cercano Oriente, y hay algunas indicaciones de que en Israel también. Proverbios deja entrever que el marido podía aceptar compensación monetaria del adúltero y salvar el matrimonio, o al menos la vida de ambos (Prov. 6:32-35; Oseas 3:1-3). Los pecadores también podían acceder al perdón divino (Sal. 51).
El segundo caso es la pérdida de la virginidad detectada después del matrimonio (Deut. 22:20, 21). El marido se da cuenta de que su esposa, supuestamente virgen, no lo era; se siente no solo traicionado sino también engañado. Ella tiene que ser ejecutada, porque «cometió una vileza» [nebalah, acto que altera el orden moral y social] en Israel» al ser promiscua [zanah, prostituirse; faltar a la integridad moral] (vers. 21). Esto es tratado como un caso de adulterio.
El tercer caso es el de un hombre que tuvo relaciones consentidas con una virgen desposada (vers. 23, 24). Esto también es considerado un caso de adulterio, y corresponde la pena capital para ambos. No se indica en estos dos casos si la sentencia podía ser conmutada por el esposo, aunque es posible.
2. Posible justificación: Hay varias cosas que decir sobre el tema. En primer lugar, esas leyes no eran tan solo cuestiones civiles, sino que revelaban la naturaleza y la moralidad de Dios. La pena capital indica la seriedad de la moralidad sexual ante los ojos de Dios.
En segundo lugar, la posibilidad de conmutar la pena a una menor, y el perdón divino, siempre estuvieron a disposición de los pecadores arrepentidos.
En tercer lugar, la violación de las leyes sexuales podía tener un impacto adverso sobre el mundo social, dado que ignoraba la seriedad de la ofensa, relajando así la integridad moral. Tales violaciones eran consideradas heridas mortales para la familia y para el orden social, porque amenazaban la intención de Dios para la humanidad.
En cuarto lugar, la promiscuidad sexual dañaba a ambas personas, transformándolas en instrumentos de placer personal, sin respeto mutuo y sin la responsabilidad que entraña el matrimonio. Las relaciones sexuales dentro del matrimonio unifican a un hombre y una mujer en vínculos de amor divino; fuera de él, muestran falta de respeto por los demás y daño a la autoimagen de la pareja.
En quinto lugar, la sexualidad no es nuestra propiedad exclusiva. En cierto sentido, pertenece a la raza humana, y usarla mal de una u otra forma nos perjudica a todos.
En sexto lugar, la virginidad es un don divino que debe ser protegido hasta que pueda culminar dentro de los parámetros de amor que brinda la institución divina del matrimonio. No siempre se alcanza el objetivo, pero es un don que necesita ser preservado en sumisión al Señor.
Estas ideas son extrañas para el mundo contemporáneo. Al ocuparnos de interrogantes relacionados con la moralidad sexual, necesitamos preguntarnos: ¿Quién determina lo que es correcto y bueno desde el punto de vista moral? ¿Es el sistema legal de la sociedad secular, o la permisividad que la caracteriza («¡Todos lo hacen!»)? Para los cristianos, la respuesta es clara: Dios ha revelado su voluntad en las Escrituras. Toda vez que los sistemas legales traicionan la moralidad cristiana, tenemos que obedecer a Dios.
Y a la persona que acaso se ha alejado de la intención divina para la sexualidad humana, solo me permito citarle las Escrituras: «Ahora vete [perdonada], y no vuelvas a pecar» (Juan 8:11, NVI).