El hombre de pecado

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Escrito por Ángel Manuel Rodríguez

¿Quién es el  «hombre de pecado» de 2 Tesalonicenses  2:3-8?

El pasaje apocalíptico de 2 Tesalonicenses 2:3-8 es tan denso que despierta preguntas para las cuales es difícil hallar respuestas. Sin embargo, cuando lo comparamos con los pasajes bíblicos que lo fundamentan, algunos elementos de la profecía parecen ser muy claros. Examinaremos los principales pasajes de los cuales se toman las imágenes apocalípticas, y entonces examinaremos las posibles implicaciones de esas conexiones textuales.

1. Daniel y el Anticristo. Pablo incorpora elementos de las profecías de Daniel en su descripción del «hombre de pecado». Según Daniel, de los diez cuernos de la cuarta bestia (Roma) surge un cuerno pequeño que habla contra Dios y procura «cambiar los tiempos y la ley» (Dan. 7:25). Ese mismo poder «se engrandeció frente al príncipe de los ejércitos» y lanzó un ataque contra el Santuario celestial (Dan. 8:11, 13), profanándolo. El «hombre de pecado» (2 Tes. 2:8) se caracteriza por el orgullo y la rebeldía, y se opone al templo de Dios. Daniel añade que ese poder político-religioso se exaltará a sí mismo por sobre todo dios y no respetará al «Dios de sus padres» o «a dios alguno» (Dan. 11:37). Los paralelos con 2 Tesalonicenses 2:4 impresionan. Daniel describe un poder político-religioso que se levantaría después de la caída y división del Imperio Romano, y que representaría al cristianismo apóstata durante la Edad Media.

2. Isaías, Ezequiel y el querubín caído. Pablo indica que el «hombre de pecado» «se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios» (2 Tes. 2:4). Ezequiel usa las mismas imágenes y lenguaje al escribir sobre la caída de un querubín en el cielo. Ese ser celestial estaba «en el santo monte de Dios» (Eze. 28:14), pero su problema fundamental fue el orgullo: «Yo soy un dios, y estoy sentado en el trono de Dios […]. Has puesto tu corazón como el corazón de un dios» (vers. 2). Isaías también se refiere a ese querubín caído. Era su plan «ascender a los cielos», levantar su trono «por encima de las estrellas de Dios», gobernar «en el monte de los dioses», en el templo de Dios (Isa. 14:12, 13). Dijo inclusive: «Seré semejante al Altísimo» (vers. 14). La información que brindan Ezequiel e Isaías es resumida por Pablo en 2 Tesalonicenses 2:4. Ezequiel e Isaías nos dicen que detrás de los enemigos terrenales de Dios hay un poder espiritual, que trabaja para oponerse a Dios. A lo largo de la historia humana, Satanás ha usado instituciones humanas para hacer realidad sus intenciones, pero su objetivo es cumplirlas él mismo en persona. Eso es precisamente lo que describe Pablo en su pasaje apocalíptico.

3. El anticristo terrenal y espiritual. Al combinar las profecías de esos profetas, Pablo describe la llegada de un futuro poder terrenal que actúa en oposición a Dios y la futura venida y obra del querubín celestial caído. En 2 Tesalonicenses 2:3-8, Pablo predice la obra, la revelación y la destrucción final de ambos. La expresión histórica del anticristo mediante la apostasía que se introdujo en la iglesia cristiana alcanzará dimensiones universales al fin de los tiempos, cuando el anticristo procurará personalmente ocupar el lugar de Dios en este planeta. No lo logró en el templo celestial de Dios, pero intentará hacerlo aquí en la tierra. En efecto, el anticristo imitará la venida de Cristo. Pablo describe la segunda venida con la palabra parousia (vers. 8), y la revelación del «hombre de pecado» como «el advenimiento [parousia] de este impío» (vers. 9). Note también que el verbo «ser revelado» (apokaluptō) es usado para describir la venida de ambos: de Jesús en 2 Tesalonicenses 1:7; y del impío en 2 Tesalonicenses 2:3, 6, 8. En el fin, habrá una «venida/revelación» satánica, y una verdadera.

Pablo está describiendo la obra del anticristo por medio de una institución histórica y religiosa y, mediante su propia «venida» personal. En este caso, el «hombre de pecado» es la manifestación histórica del anticristo durante la Edad Media, así como la «venida» personal del anticristo real, a quien «el Señor matará con el espíritu de su boca» (vers. 8; cf. Isa. 14:4).