Romanos 7:1-6

This page is also available in: English Português

Escrito por Ángel Manuel Rodríguez

Pablo dice en Romanos 7:1-6 que ahora somos libres de la ley. Entonces, ¿por qué aún tenemos que someternos a ella?

Al responder a su preocupación, me referiré al contexto del pasaje, resumiré mi comprensión del argumento de Pablo, y analizaré la naturaleza de la ley en este pasaje particular.

1. Contexto: En Romanos 5:20 y 6:14 se menciona brevemente la conexión entre el pecado y la ley, pero en este pasaje, Pablo analiza la conexión entre el pecado, la ley y la muerte. Deja en claro que la ley no pertenece a la esfera del pecado. Pablo establece los límites para la función de la ley (Rom. 7:1-6) e indica que el culpable es el pecado, que ha usado mal lo que era bueno y santo (la ley de Dios, vers. 7-25).

Hay algunas asombrosas conexiones contextuales entre este pasaje y Romanos 6. Reina el pecado y la ley (Rom. 6:12; Rom. 7:1); rigen mientras estamos vivos (Rom. 6:7; Rom. 7:1); tenemos que morir a ambos (Rom. 6:9; Rom. 7:4); morimos con Cristo (Rom. 6:7) y por medio de Cristo (Rom. 7:4); cambiamos de dueño (Rom. 6:17; Rom. 7:4); el fruto del pecado es la muerte (Rom. 6:21) y, como resultado del pecado, la ley lleva a la muerte (Rom. 7:5); los cristianos tienen que llevar fruto (Rom. 6:22; Rom. 7:4); hay un viejo yo (Rom. 6:6) y una letra vieja (Rom. 7:6); y hay novedad de vida (Rom. 6:4) y del Espíritu (Rom. 7:6). Los paralelos indican un tema general y continuo, a saber, que la ley está de alguna manera involucrada en el vínculo entre el pecado y la muerte.

2. Resumen del argumento: Pablo declara un principio: La ley reina sobre nosotros mientras estamos vivos (Rom. 7:1). Una vez que morimos, quedamos libres de la ley. Ese principio es ilustrado mediante el ejemplo de una mujer casada. La ley del matrimonio rige sobre ella mientras su esposo vive. Una vez que muere, puede casarse con otro hombre sin ser condenada por la ley del adulterio (vers. 2, 3).

Pablo procede a aplicar ese principio a los creyentes (vers. 4): Hemos sido librados del poder de la ley, porque hemos muerto a la ley por medio de Cristo; ahora le pertenecemos legalmente. La ley no puede condenar esta nueva relación. Pablo explica que el vínculo entre el pecado, la ley y la muerte se encuentra en nuestra naturaleza rebelde y pecaminosa. El pecado usa la ley para estimular nuestras pasiones pecaminosas, y el resultado es la muerte (vers. 5). En ese marco, la ley funciona como guarda, manteniéndonos confinados en la prisión del pecado (vers. 6; Gál. 3:23). Cuando el pecado y la ley obran juntos, el resultado es mortal. No obstante, como ya morimos por medio de Cristo, ahora podemos servir en novedad de Espíritu, no según la vieja manera de la ley que, como código escrito («letra»), nos condenaba a la muerte (Rom. 7:6).

3. La ley: Pablo analiza el papel de la ley en un mundo de pecado y el uso erróneo que hace el pecado de ella. En primer lugar, en este pasaje, la ley es descrita antes de la llegada de Cristo y el Espíritu. En esa época, la ley regía sobre los humanos y, en conjunción con el pecado, llevaba a la muerte (condenación). Entonces éramos controlados por nuestras pasiones pecaminosas (vers. 5), porque era «el régimen viejo de la letra» (vers. 6). En segundo lugar, entonces, la ley condenaba a los pecadores a la muerte, y el pecado usaba la ley para estimular el pecado en nosotros (vers. 5). Estábamos bajo el poder del pecado y la ley. Necesitábamos ser libres de ambos. En tercer lugar, la libertad de ambos se produjo por nuestra muerte. La conexión pecado-ley-muerte fue quebrantada por Cristo, quien murió por nosotros, y en quien hemos muerto al pecado mediante el bautismo (Rom. 6:1-7). La condenación de la ley, la maldición de la ley, se hizo realidad en la muerte de Cristo (Gál. 3:13). La ley no murió, pero nosotros sí. En cuarto lugar, la ley ahora se encuentra dentro de su perspectiva escatológica apropiada. Mediante el Espíritu podemos hacer lo que, por causa del pecado, no podíamos. Los justos requerimientos de la ley ahora son cumplidos en nosotros, que ya «no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Rom. 8:4).

Por medio de Cristo, hemos sido libertados del poder del pecado y la condenación de la ley.